
Toda esa experiencia le había enseñado a que montarse en el vagón de cola le daba más posibilidades de.... sentarse. Y así lo hizo aquella mañana. Puso su cartera -maletín- en su regazo y empezó el trayecto. Ese día no había recogido el diario gratuito que tan amablemente le ofrecía el repartidor, ya que lo gratuito tiene el problema, que noticias, pocas y artículos, algún “la” y sobre todo muchos “el”. Lo recogía -sometimes- por el sudoku pero últimamente el "nivel difícil" lo podía hacer un “analnúnero”.
Total, que entrecerró los ojos y recordó sus viajes de adolescencia en tren, cuando trabajaba en verano y se tenía que desplazar a la ciudad desde donde veraneaba con su familia. Recordó que el traqueteo del tren le hacía... le hacía... le hacía eso. Sí, se le ponía dura. Y notó, no en el pasado, sino en el presente, una leve presión sobre la cartera de mano, que de leve paso a moderada, y de esta, a severa. El problema no era que el maletín se moviese, era que iba mal cargado, y aquello empezaba a ser embarazoso y doloroso. Por decoro no podía situarse bien la cosa, sus vecinos de viaje, no paraban de mirarle, no porque se diesen cuenta de la cosa sino que debían percibir su azoro. Y aquello seguía duro y mal colocado –lo peor. Intentó unos disimulados movimientos dignos de un escapista –se trataba de liberar aquello-, pero nada. Y se puso a pensar en cómo antaño reconducía la situación, pero menos. Descartó la ducha fría, ya que los trenes de cercanías por muy modernos que fuesen no tenían ducha. Descarto aliviarse, pero no quiso entrar si era por pudor o por hacer el ridículo. Descarto así mismo imaginarse una metida de mano al vecino de las tres –cual fuga hacia delante-, no porque no tuviese nada aprovechable, sino que al ser diestro prefería los vecinos de las nueve, pero en este caso, a las nueve tenía el pasillo. Pensó en sangrarse, para cambiar el flujo sanguíneo, pero también lo descartó, el vecino de la una guardaba un cierto parecido al conde Drácula y tampoco era plan de provocarle. Y siguió pensando hasta el punto de no saber en que estaba pensando y por mucho más que pensó no pudo retomar el hilo de sus pensamientos.
Al abandonar su asiento observó el descomunal paquete del vecino de las tres y en el corto trayecto hasta la puerta pensó en si el conde Drácula era diestro o siniestro o si solo era chupón.