Slibs. Era tal su destreza que así le llamé. Jamás nadie había conseguido tanto con tan poco. No podía presagiar que aquellas dos bandas carnosas podían hacer tantas cosas. Dulces y robustas. Cuando se encontraban con sus semejantes, transmitía ternura. En las orejas, sinfonías de gozo. En el cuello, escalofríos. En el pecho un placer casi insoportable. En el vientre, traspasaba los límites terrenales. Llegaba a la siguiente y última etapa, ya que jamás iba más allá, su sequedad topaba con mi más que notable humedad. El juego continuaba, un ligero mordisqueo por aquí, otro beso, seco, por allí…. y con un movimiento rápido y certero, con esas dos bandas carnosas me desposeía de la última barrera.
Necesito leer tus libros: Capítulo 145.
Hace 2 días